Cinco pinches balas by Sebastián E. Luna

Cinco pinches balas by Sebastián E. Luna

autor:Sebastián E. Luna [Luna, Sebastián E.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2020-02-15T00:00:00+00:00


«It’s all a figment of my mind. In a world that I’ve designed. I’m charged with cosmic energy. Has the world gone mad or is it me? I am the creator of this universe».

La nueva versión decía algo tan sinsentido como lo siguiente:

«It’s all a eight of my ten. In a world that I’ve thirty-eight. I’m fifty with cosmic seventy. Has the seventy-two gone mad or is it forty-one? I am the sixty-six of this three».

Cuando cayó la bola número cincuenta y dos y la voz la cantó por megafonía, Johnnie Darko dio la vuelta a su cartón.

—¡BINGO! —gritó bien alto para que todo el mundo pudiera oírlo.

Marianne, la muchacha mexicana y la propia Leonora le miraron con incredulidad.

—¡Dios mío! —susurró la artista al contemplar el panel luminoso donde la cifra de dos millones de dólares no dejaba de cruzar en todos los sentidos posibles que permitía la tecnología. Las luces del casino se acentuaron y, al igual que había sucedido anteriormente, cuando otro jugador cantó la línea, un operario de la sala se dirigió a comprobar la combinación del detective. De lo primero que se sorprendió fue de que el cartón no tuviera marcas ni fichas con las que el hombre hubiera anotado sus apuestas, por lo que recogió el boleto de la mesa con un gesto escéptico. Acercó el código de barras al lector y el aparato emitió un sonido de disconformidad.

—Lo siento, amigo. Se ha equivocado por un número.

Se giró y se dirigió al director de sala para que pusieran el bombo, de nuevo, en funcionamiento.

Tres bolas después una mujer situada dos mesas por detrás reclamó el premio para sí. Solo que esta vez el dispositivo indicó que el boleto era correcto. Un clamor inesperado inundó el sepulcral silencio en el que estaba sumida la sala. Risas, aplausos, gritos y frases de incredulidad que también se colaron por la megafonía que conectaba las otras dos salas con las que se había jugado la partida. La mujer se puso en pie con el puño en alto y se desvaneció de pronto presa de los grandes nervios que la embargaron ante semejante premio. El público se levantó al anunciar por los altavoces que se dispondrían de quince minutos de pausa hasta que diera comienzo la siguiente partida.

La asistenta de Leonora se sentó junto a Marianne y tomó la iniciativa en la conversación.

—Sean ustedes rápidos. La señora Carrington debe ir pronto a su habitación para descansar.

Leonora golpeó el suelo con la punta de un bastón que había pasado desapercibido junto al respaldo de su silla, mientras chistaba con la lengua y movía negativamente la cabeza. El extremo no emitió sonido alguno, pero el gesto fue más que suficiente para darse a entender entre todos los presentes.

—Yo decidiré cuándo me voy a la cama. Después de ochenta y siete años creo que he adquirido experiencia suficiente para saber cuándo me encuentro cansada.

A continuación extrajo una toallita de aseo de un pequeño bolso y se lo pasó por el contorno de los ojos.



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